Tal vez sea que estoy en la mitad del mundo, que me siento partido en dos, uno, inmensamente feliz, otro terriblemente angustiado.
Y es que Esperanza me explicaba ayer por la noche detalles hermosos de esta ciudad, que tendrías que verla para realmente extrañarme, que tendrías que vivirla para realmente necesitarme.
Situados en plena latitud cero, caminando por esa plaza central , la paz, tranquilidad, me llena me invade, me invita, me siento roble, piedra, aquí y en mí hoy, tampoco hay estaciones,
Alberto como ese amigo que llega en el tiempo y momento , ese que solo Dios sabe cuando es urgente, necesario.
La ciudad me amanece,tan clara, tanto menos que la luz de tu alma, más aún que las eternas sombras que me atrapan y encierran,
Los rayos de sol caen verticalmente, como cae tu mirada, cuando me cuestionas y me duele…
Sentados en un restaurante, compartiendo la mesa con su esposo y amigos hablando de lo comercial, lo cultural, lo anecdótico, la política, la historia, Fabián comentó de una manera tan excelsa la forma en que el sol en los atardeceres baña de un tono rosado las techumbres de las casas, así, como cuando pintas mi soledad con tu sonrisa…
Entonces sentí una necesidad de tenerte, de hablarte y recibí con el tiempo una hermosa si, hermosa desilusión y enojo, pero no contigo, ni con esa primer mitad de mi, sino con aquella que se confunde aún sabiendo las respuestas.
Pero agradezco mucho a Esperanza y a Alberto, porque sin darse cuenta, he aprovechado esta visita para de una vez desentenderme de esa miserable parte de mi y dejarla enterrada en las faldas orientales del Pichincha, y regresar con esta otra que sé muy bien, te hace tanta falta.
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